6 de
agosto. Ya casi es la hora y las calles comienzan a llenarse de gente. El
fuerte calor del medio día en el altiplano boliviano no es un obstáculo para un
día como este. Las “cholitas” (así es como se conoce a las mujeres indígenas de
Bolivia) visten sus mejores galas para ir a ver a sus hijos desfilar, los hijos
de su patria, una palabra esta última que resuena en muchas de las
conversaciones a pie de calle y, por su puesto, en los discursos
institucionales que durante la semana grande de la Independencia de Bolivia se
reproducen por todo el país.
Tupiza,
una pequeña ciudad capital de la provincia de Sud Chichas, situada en el
extremo sureste del país, quiere demostrar que su lejanía a la Paz no es un
obstáculo a la hora de mantener el sentimiento nacional. Durante los últimos
años, el Presidente Evo Morales ha tratado de descentralizar el país y
reconocer a nivel constitucional la diversidad social y cultural que se recoge
dentro de sus fronteras, haciendo especial hincapié en el reconocimiento de las
tradiciones indígenas. Esto queda plasmado en el nuevo nombre que adquirió el
país con la Constitución promulgada el 9 de febrero de 2009: Estado
Plurinacional de Bolivia; reconociendo así las cerca de cuarenta etnias
indígenas que habitan en su territorio.
Los más
altos generales esperan ya sentados en un altar colocado en un extremo de la
plaza principal la llegada del desfile estudiantil que marque el comienzo de
esta semana de celebraciones. Mientras tanto, el color inunda los alrededores
de esta engalonada plaza. Niños y niñas de todas las edades afinan sus
instrumentos y comienzan a mostrar nerviosismo envueltos en sus luminosos
trajes coloniales. Llevan meses
preparándose para que el día de hoy todo salga a pedir de boca.
El
paso casi militar de los estudiantes, precedidos por sus profesores que
desfilan de la misma forma, empieza a
resonar en su llegada a la plaza mientras un locutor venido arriba describe la
jornada para todos los presenten ensalzando cantos patrios y vítores para Simón
Bolívar y Evo Morales, y para la plana mayor de representantes institucionales
presenten en el acto, vestidos con uniforme militar. A su paso frente a la
plana mayor, los niños hacen reverencia ante un pequeño retrato de Bolívar que
cuelga del altar institucional, mientras continúan cuidadosamente con los bailes
coreografiados tan bien preparados.
Este
tipo de desfiles escolares se repiten en todas las capitales de provincia del
país, a las que acuden representantes de todos los colegios para participar en
las marchas. Pero son sólo uno de los actos que tienen lugar con motivo de la
fiesta por la independencia, que este año cumple ya su 189 aniversario. Tras
los desfiles siguen fiestas y celebraciones que se extienden ya a un nivel más
local durante toda la semana.
Los
vecinos de la pequeña localidad de Quetena Grande, de a penas 300 habitantes, aprovechan
además para unificar celebraciones y festejar la Pachamama, (fiesta por la
Madre Tierra), que se conmemora entre finales de julio y principios de agosto
en todo el territorio andino, siendo una de las tradiciones indígenas más
arraigadas. Forma parte de un sistema de creencias que sitúan a la Tierra como
el centro y origen de todas las cosas, una visión muy ecológica del orden
social que destaca la necesidad de gestionar bien los recursos que la Tierra
nos ofrece y de cuidar el entorno. La fiesta culmina con la entrega de ofrendas
a la tierra, derramando vino y hojas de coca sobre una gran fogata en torno a
la cuál bailan al son de los tambores y de los cánticos populares todos los
vecinos que deciden acercarse a realizar su ofrenda. Una bella tradición que,
más allá de ser visualmente atractiva, tiene un fuerte simbolismo en cuanto al
cuidado de la naturaleza que en otras muchas sociedades ha quedado relegado a
un segundo plano y del que, tal vez, podríamos empezar a aprender.
Todas las imágenes aquí.
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