Pensaba que la decadencia de los trenes serbios era insuperable, incluso los trenes marroquíes visten con mayor encanto, pero hoy he descubierto que el Regional 7124 que une las ciudades polacas de Poznan y Lodz se lleva la palma. Cinco largas horas de traqueteos constantes, chirridos y parones para recorrer tan solo 250 km. Deberían cambiar el nombre de este tren y llamarlo algo así como “feria ambulante”, porque hasta el olor a fritanga ha viajado con nosotros gracias a los bocadillos que medio tren ha sacado a la hora de comer. Tal ha sido la función que he llegado a echar de menos el cinturón de seguridad en algunos tramos, y eso que no creo que hayamos superado los 60km/h.
Aún así, mi
enamoramiento por este medio de transporte y por Polonia no cesa. Esta es la
decima ciudad polaca que visito en los 5 meses que estoy a punto de cumplir
aquí, el 18 de febrero exactamente. Prefiero no pararme a pensar en los
kilómetros recorridos (más de 5.000) ni mucho menos en las horas de tren a mis
espaldas.
Por lo que he
estado leyendo, Lodz es la tercera ciudad más grande de Polonia, con algo más
de 700.000 habitantes, lo cuál la hace atractiva. Un atractivo que se pierde
cuando cada polaco al que preguntas te habla de otro raking, el de las ciudades
más feas de Polonia, en el cuál Lodz ocupa un primer puesto. No obstante, como
nunca he sido muy de rankings, a los que en general consider un tanto
malintencionados, he preferido comprobarlo por mí mismo y así tomar un poco de
aire fresco, que ya llevaba 1 mes sin viajar y mi adicción cada vez me exige
dosis más altas.
Como no podia
ser menos, el fantástico tren no era suficiente sino que tenía que haber
anécdota incluída. El chequeo de billetes es algo que se cumple religiosamente
aquí, expresión que viene al pelo cuando hablamos de Polonia. Por lo general
quienes revisan los billetes suelen ser hombres con unos cuantos años en sus
talones y con un carácter bastante agrio, lo cual puedo llegar a entender
cuando pienso en que pasan su vida a bordo de estos trastos andantes. Sin embargo, hoy he dado con la revisora más
agradable de todo el país, tanto que ante la imposibilidad de comunicarnos ha
ido a buscar a alguien que hablase ingles y que pudiese traducir lo que quería
decirme. Lo que no esperaba es que eso que tenía que decir es que en media hora
los vagones del tren se dividirían, y concretamente en el que yo iba no se
dirigía a Lodz, por lo que me ha tocado levantarme y encontrar nuevamente un
sitio en el que esparcir mi equipaje durante las horas restantes.
Kryzysiek es el
nombre del polaco que me alojará esta vez, y no tengo ni la menor idea de cómo
se pronuncia, así que mi primera mission al llegar a Lodz es memorizar el
sonido con el que esa palabra se identifica. Y es que si algo he aprendido en
estos meses es a memorizar sonidos sin tener si quiera una ligera idea de cómo
escribirlos, así que aquí al menos cuento con esa ventaja.
El siguiente
paso sera buscar la tienda de productos fotográficos más cercana para comprar
un carrete con el que dar uso a mi nueva cámara Kodak Retinette IB de
fabricación alemana, que, aunque de nueva tenga poco, para mí es la última
novedad en mi vida.
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